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En un repaso memorioso y sanador, los actores, hilarantes, desalmadamente divertidos, implacables con nuestra amnesia colectiva, nos van ofreciendo de manera dosificada escenas de la historia peruana que constituyen una lección de profunda y despiadada pedagogía. En esta inclemencia escénica nos recuerdan el ominoso pasado de traiciones políticas, artimañas financieras, artimañas sociales, y de criminales que llegan al poder llenos de trucos descarados y argucias brutales. Es decir, una narrativa de las emboscadas de la clase política y de sus cómplices en los diversos estratos sociales.
Sin embargo, a pesar de las malévolas maquinaciones de quienes tenían la responsabilidad de un buen gobierno, hay varios posibles culpables en la comunidad peruana. Es decir, fuimos nosotros quienes elegimos a varios de aquellos que nos robaron no solo el dinero, sino también la fe y gran parte de la esperanza. Por lo tanto, si realmente quisiéramos entender la famosa e irresuelta pregunta de Vargas Llosa: ¿cuándo se jodió el Perú?, hay procesados e inculpados públicos inminentes, pero también somos nosotros los responsables al consentir ese descalabro moral y, lo que es peor, seguir permitiéndolo. Parece que estamos condenados a repetir la misma y cruel tradición de engaños, estafas y felonías.
Al mismo tiempo, el hilo conductor es la corrupción como una forma despreciable de existencia inmersa en la cotidianeidad nacional. Donde los vínculos humanos no son de buena fe, sino una serie de obstáculos, alguna trampa amenazante, una intriga latente y, como señal del colapso ético, cada decisión tiene un precio, aunque bajo el engañoso subterfugio del bien común. El bienestar de Perú se utiliza como un eufemismo para el engaño. Sea cual sea la ideología, parece que los individuos aspiran a gobernar solo para satisfacer sus ambiciones personales y enriquecerse de manera indiscriminada a expensas de sus conciudadanos. Ante nuestros ojos sorprendidos y atónitos, los eventos transcurren como un déjà vu de miserias, vicios y descaradas conclusiones.
A pesar de la clave cómica de la representación, excepcionalmente delirante, como si la historia de Perú fuera un desorden, un gran equívoco, un delirio compartido, lo que sucede en los escenarios está impregnado de certezas y nos interpela a través de las evidencias mostradas. El teatro como una radiografía de lo que somos y de nuestra incapacidad como nación. A pesar del pesimismo dominante, de la continua apatía, de la circunstancial desazón, la obra posee esa intensidad crítica y rigurosa que nos impulsa a una profunda reflexión sobre lo que debemos hacer aquí y ahora.
Dramaturgia: Daniel Subauste y Bea Heredia
Dirección: Bea Heredia
Elenco: Job Mansilla, Gretha Bazán, Walter Ramírez, Andrea Brissolese y Pedro Cáceres.
Lugar: Nuevo Teatro Julieta, Pje. Porta 132, Miraflores