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El cardenal Pedro Barreto Jimeno participó en el Seminario Internacional “La Política al Servicio del bien común, la justicia y la paz”, organizado por el Instituto de Estudios Social Cristianos, que conmemora medio siglo de trabajo. Formó parte de una mesa sobre Ecología Integral y Cambio Climático, junto a Mariela Cánepa y Pedro Gamio. A continuación, sus impresiones.
–La encíclica papal Laudato Sí marcó un antes y un después en la visión de la iglesia respecto al medio ambiente. En este evento mostró esperanza. ¿Cuál es su evaluación respecto a la situación de la Amazonía en el Perú?
Hay dos aspectos que considero muy importantes. La esperanza debe traducirse en acción. No es una esperanza meramente conceptual, surge de una convicción de fe en que Dios guía la historia. Dios nos ha confiado una casa común que posee una biodiversidad, tanto en el Perú como en la Amazonía en su conjunto. Esa es la esperanza puesta en acción. Estamos en un momento crucial, ya que la Iglesia ha acumulado más de 500 años de experiencias en la Amazonía, con luces y sombras. Sin embargo, en los últimos diez años, especialmente con el Papa Francisco, se ha iniciado un nuevo enfoque de trabajo a través de una red eclesial panamazónica, REPAM, que preparó el Sínodo amazónico convocado por el Papa Francisco y que resultó en la creación de una conferencia eclesial de la Amazonía. Como presidente de la Conferencia Eclesial formada por todos los bautizados: obispos, sacerdotes, religiosos, laicos y especialmente indígenas, he tenido la experiencia de escuchar directamente a los pueblos indígenas, en especial a las mujeres que han sabido y saben cómo mantener la paz. Sin embargo, existen también circunstancias dolorosas.
–Como los asesinatos de los líderes medioambientales.
Exactamente. También me duele profundamente otro aspecto, como lo que presencié en Puerto Maldonado, al norte del río Cenepa. La minería ilegal está tapando de alguna manera la falta de acción del Poder Ejecutivo y del Legislativo, no solo en la actualidad, sino en las últimas décadas. Es un signo de gran dolor y sufrimiento, pero que nos impulsa a trabajar con fuerza en este proceso sinodal que vivimos en la Iglesia. El signo de caminar juntos, no es una novedad del Papa Francisco, sino una práctica de la Iglesia primitiva. Estamos redescubriendo la importancia de trabajar mediante el diálogo y la escucha, especialmente con aquellos que son y deben ser los portadores.
–Cuando mencionó esa esperanza en medio de circunstancias a veces dolorosas, ¿a qué se refería? Por ejemplo, tuve la ocasión de reunirme con un empresario que está reforestando y buscando formas sostenibles. Al mismo tiempo, está también comprometido en la lucha contra la anemia en Puerto Maldonado. No todos los empresarios buscan únicamente la rentabilidad.
–Hablando de la anemia, ¿tiene la Iglesia una postura actualizada sobre la pobreza en el Perú, por ejemplo con respecto a la ampliación de programas sociales?
Los programas sociales suelen ser asistencialistas. La asistencia no contribuye a construir una sociedad fraterna. Sin embargo, existen situaciones especiales, como después de la pandemia, en las que ha aumentado la pobreza. Es necesario proporcionar asistencia, pero también debemos trabajar de forma urgente. Debo mencionar una visita que realicé junto al obispo de Iquitos, Monseñor Miguel Ángel Cadenas, a dos asentamientos humanos, el 21 de septiembre y el Iván Vásquez, donde pude constatar las precarias condiciones en las que viven las personas provenientes de la Amazonía. Es fundamental destacar estas realidades, ya que estas comunidades luchan pacíficamente por sus derechos.
–Usted prefiere no opinar sobre política coyuntural. Sin embargo, en un contexto donde el Congreso aprueba leyes sobre delitos de lesa humanidad que la ONU critica, además de otorgar una pensión abiertamente ilegal a Alberto Fujimori, ¿cómo podrá el país alcanzar la reconciliación?
En este momento, considero que el mensaje emitido por los obispos del Perú en enero pasado sigue siendo relevante. Necesitamos una combinación de esperanza y verdad para lograr la reconciliación. Estoy totalmente de acuerdo con ese mensaje.
–En febrero renunció al arzobispado al cumplir 80 años, pero se encuentra mejor que muchos de 50. Tiene una memoria prodigiosa con nombres y números. ¿Cuál es su futuro inmediato?
Los obispos deben presentar su renuncia al cumplir 75 años, de acuerdo con la normativa, pero tienen la posibilidad de una prórroga de cinco años, sujeta a la evaluación del Papa Francisco. En mi caso, el Papa me concedió esos cinco años, aunque ya era presidente de la Conferencia Eclesial de la Amazonía, un área que siempre me ha interesado desde pequeño, a través de experiencias con misioneros jesuitas en el nororiente. Actualmente estoy dedicado a la Conferencia eclesial de la Amazonía y a visitar los nueve países que la componen. Continuaré siendo Cardenal hasta el final de mis días. A partir de los 80 años, ya no participo en la elección de papas, pero me siento feliz.